Como caracoles, cargamos a cuestas
(y un trazo de baba, como magia, desaparece)
Cuando viajamos, creemos que dejamos todo detrás, seguramente alojado en el lugar que llamamos casa. Lo que nos damos cuenta a tumbos en medio del camino, es que todo lo que somos nosotros lo llevamos ahí a cuestas, con el ominoso peso de la inmaterialidad.
Cada paso es un reencuentro que vas dejando atrás, solo para encontrar muchos “tú-mismo”. Pero como en todo viaje, un plot-twist se asoma entre nube y nube, y no necesariamente espera la caída de las gotas para aparecer.
“¿Cuál es el plot-twist?” te preguntas. Yo me lo pregunté contemplando un horizonte inmenso en las diminutas flores del Monasterio. Pero el plot-twist y no la anécdota: las flores me revelaron que, como las gotas de rocío de cientos de colores, lo único que somos es efímeros, siempre cambiantes.
Se nos adhieren los nombres, los zapatos, los horizontes: lo que somos y llevamos a cuestas, no es sino un breve rayo de luz entre las montañas. Con un parpadeo está presente; en el siguiente, simple y llanamente desaparece.